En gran cantidad de ciudades españolas, el agua potable que fluye de los grifos de las viviendas es agua desalada. Y en tiempos de pandemia como los que vivimos, cuando surgen tantas incertidumbres, también podría surgir la duda sobre la seguridad de este tipo de agua producida en planta desaladoras, algo que queda totalmente descartado, como corrobora el reciente estudio titulado “Las plantas de ósmosis inversa, una apuesta segura en tiempos de pandemia”.
El estudio, realizado por María Guadalupe Daza Domínguez, jefa de laboratorio y proceso de la planta desaladora de Ceuta (UTE IDAM Ceuta Cadagua), y Manuel Hernández Suárez, director del Centro Canario del Agua, se basa en el análisis de las condiciones básicas de diseño y mantenimiento de las plantas desaladoras y en los resultados de trabajos de investigación llevados a cabo en diferentes plantas desaladoras entre las que destacan dos: la de Ceuta, que inició su explotación en 1997, y la IDAM de Águilas, construida en 2011, y permite concluir que con un buen diseño, junto con un correcto tratamiento y mantenimiento de las plantas, se puede conseguir un agua libre de patógenos y de cualquier otro contaminante, entre los que se incluye el SARS-CoV-2, dado que se consigue producir un agua de excelente calidad.
Para ello resulta fundamental el mantenimiento óptimo de todos los equipos y procesos a lo largo de las distintas fases en los que se produce el agua desalada en una planta de ósmosis inversa.
Concretamente el estudio comienza analizando cómo mantener en buen estado el sistema de captación del agua de mar, así como los filtros de arena y los filtros de cartuchos, que se usan habitualmente en la etapa de pretratamiento de las plantas desaladoras de ósmosis inversa, garantizando una retención de sólidos de más del 90%, consiguiendo con ello que el agua que llega a las membranas de ósmosis inversa esté casi libre de impurezas.
Es precisamente en la siguiente fase, en la de las membranas de ósmosis inversa, donde los posibles fallos que puedan darse pueden suponer un mayor riesgo para la producción óptima de agua desalada.
Concretamente el estudio hace referencia a dos tipos de fallos que, de darse, provocarían una contaminación con agua bruta del mar, del agua que logra atravesar las membranas, conocido técnicamente como permeado:
– La rotura de los adaptadores de las tapas de membranas, que se colocan en la primera y última membrana de cada uno de los tubos de membranas.
– La rotura de los interconectores que van colocados en el interior del tubo de permeado, así como los daños en juntas tóricas de éstos.
Para ello, el estudio presenta las soluciones que han experimentado para minimizarlos y argumenta que la pronta identificación de éstos, así como de otros fallos que puedan surgir durante la operación, garantizan que el agua desalada del permeado sea de mayor calidad.
En cualquier caso, resulta imprescindible entender que el agua producida en las plantas desaladoras es clorada de forma continua y controlada, según la legislación vigente, en la fase de post-tratamiento. En este sentido, conseguir una correcta remineralización del agua producto garantiza la obtención de un pH adecuado para que el cloro presente su máxima eficiencia y lograr de esta forma que el agua llegue en perfectas condiciones al grifo del consumidor, asegura el estudio.
A modo de conclusión final, los autores afirman que “el riesgo de una posible contaminación del agua producto de una planta desaladora por virus o por cualquier otro contaminante es mínimo” y que, por lo tanto, incluso en tiempos de coronavirus, beber agua del grifo que proceda de una planta desaladora por ósmosis inversa puede ser considerado, con total tranquilidad, una apuesta segura y una garantía de calidad.